Aunque el 85% de estos asesinatos han sido cometidos por hombres, hay unas cuantas decenas de mujeres que encajan en la definición de asesinas en serie. Entre las más famosas en el mundo anglosajón está Jane Toppan, una enfermera que acabó con decenas de pacientes entre 1885 y final de siglo; Belle Gunness, que mató a veinticinco personas a finales del siglo XIX, incluidos sus maridos y sus hijos, y desapareció sin que se supiera más de ella; Nannie Doss, una «viuda negra» que asesinó a sus cinco maridos, a una de sus suegras, a sus hermanas, a dos de sus hijos y a su propia madre, o Aileen Wuornos, que acabó con cinco clientes que habían contratado sus servicios sexuales entre 1989 y 1990. En España tenemos también nuestra crónica negra y entre las asesinas en serie recientes están los casos de Encarnación Jiménez, que fue condenada a ciento cincuenta y dos años de cárcel por matar a dos ancianas y asaltar a otras quince en Madrid entre abril y julio de 2003, y cuyo objetivo era conseguir el dinero y las joyas de sus víctimas, y Remedios Sánchez, una mujer que fue condenada a ciento cuarenta y cuatro años de prisión por matar a tres ancianas e intentar asesinar a otras cinco en tres semanas de locura en Barcelona en 2006, que terminaron al ser detenida en el local de tragaperras donde gastaba el fruto del saqueo de las casas de sus víctimas.
Algunas características de las asesinas en serie
Diversos investigadores han estudiado los perfiles de decenas de asesinas en serie que cometieron sus crímenes en los dos últimos siglos en Estados Unidos y el análisis de esos casos proporciona algunas informaciones sorprendentes, entre las que llama la atención que el perfil es bastante diferente del de los hombres:
- La mayoría eran mujeres de clase media y alta.
- Casi todas (92%) conocían a sus víctimas. Los hombres asesinos en serie, en cambio, suelen matar principalmente a personas desconocidas.
- Casi todas eran blancas.
- La herramienta para matar más habitual fue el veneno, mientras que en el caso de los hombres eran las armas.
- La mayoría eran «geográficamente estables». Vivían en la misma zona donde cometían sus crímenes.
- El motivo principal de los asesinatos fue el dinero, al contrario que en los hombres en que el motivo principal suele ser sexual.
- La mayoría tenían grados universitarios o una buena formación, frente al nivel educativo mucho menor de los hombres.
- La mayoría cometieron entre siete y diez asesinatos o intentos de asesinato, mayor número que en los hombres.
- La carrera criminal de las asesinas en serie fue más larga que la de sus colegas masculinos, quizá por ser culpables menos habituales, lo que hacía que la policía tardase más en centrar sus averiguaciones.
- La mayoría tenían un atractivo medio o superior a la media.
- La mayoría eran monógamas en serie. De media se habían casado dos veces, aunque alguna se había casado en siete ocasiones.
- Dos tercios eran parientes de sus víctimas.
- Un 44% había asesinado a sus hijos biológicos.
- Una cuarta parte había matado a ancianos enfermos o niños muy pequeños, personas que no tenían ninguna posibilidad de defenderse.
- De las que se pudo conocer la religión, el 100% eran cristianas.
- Su actividad laboral era muy variada, de profesora de religión a prostituta, pero la profesión más representada, con casi un 40%, eran trabajos relacionados con la salud, como enfermeras o auxiliares de enfermería. El segundo grupo, en torno a un 22%, eran personas cuya actividad fundamental era cuidar a otras, especialmente niños pequeños. En cualquier caso, profesiones muy diferentes de las de sus colegas masculinos.
Son datos interesantes y en ocasiones sorprendentes, pero no debemos olvidar que, como aquel brandy Soberano, el asesinato en serie es «cosa de hombres».